El sol y la luna son amantes destinados a estar separados, uno habita el día y el otro recorre la noche, pero hay un lugar en la provincia de Sucumbíos, llamado Cuyabeno, donde ellos pueden vivir su romance a plenitud, escondidos del mundo. Sus únicos testigos son delfines rosados, coloridas aves, animales exóticos y la naturaleza en todo su esplendor.
Esta historia causó curiosidad a un grupo de periodistas que decidió iniciar una travesía para constatar el amorío. Ellos viajaron en bus durante seis horas, desde Quito hasta Nueva Loja, capital de Sucumbíos. Después, fueron a Tarapoa y se embarcaron en una lancha en el puente Cachirre, para adentrarse en la selva amazónica.
Inmensos árboles y lianas que cuelgan de ellos les dieron la bienvenida, al igual que el principal guardián del lugar, el águila harpía, que aparece de forma sorpresiva y, en ocasiones, pasa desapercibida. Es una de las aves más grandes del hemisferio occidental.
En el trayecto se encontraron una exuberante variedad de flora y fauna. Aves e insectos sobrevolaban su camino. Mientras que, los monos capuchinos se mostraron curiosos y juguetones al saltar entre las copas de los árboles.
Tras recorrer por más de dos horas los caminos fluviales, llegaron a la comunidad Tarabeayá de la nacionalidad Siona, fueron recibidos por Aldemar Payoguaje, el médico tradicional más conocido como “Shaman”. Degustaron la deliciosa gastronomía del lugar, en la mesa había una gran variedad de platillos: guanta asada, maito de pescado, pinchos de chontacuros, yuca frita, seco de pollo y fruta fresca. Además, el sanador espiritual les advirtió del riesgo que corrían de enamorarse del encanto de la laguna al caer la noche.
La curiosidad invadió con más fuerza a los periodistas y, cerca del atardecer, tomaron rumbo a la laguna grande de Cuyabeno.
Cuando llegaron, no podían creer lo que veían. El sol se mostraba imponente, majestuoso; rozaba la vegetación al intentar ocultarse. Mientras que, la luna hermosa y serena, se apoderaba del cielo. Los delfines rosados, caimanes, manatíes y anacondas comenzaron a mostrarse para ser testigos del encuentro tan anhelado de los dos enamorados.
Cayó la noche y no pudieron sacar de su memoria el atardecer tan maravilloso que presenciaron. Quedaron hechizados y comentaban el deseo de volver a vivir esta mágica aventura que solo es posible encontrar en el oriente ecuatoriano.